Yo oí cantar a un pajarillo
y me hablaba de Dios.
Y su trino era un himno
de alegría y amor.
Yo oí ladrar a un cachorro
y me hablaba de Dios.
Eran voces de amigo
que agradece un favor.
Yo escuché el viento en las hojas
y me hablaba de Dios.
Era un susurro dormido
de eterno fervor.
Después escuché el arroyo
y me hablaba de Dios.
Cantarino saltaba
en rallitos de sol.
Y luego miré la piedra,
con silencio de Dios.
Y hablé callado conmigo,
lleno de emoción.
Y una noche de diciembre
contemplando un querubín,
estos hermosos recuerdos
vinieron todos a mí.
Y llorando como un niño,
ya todo lo comprendí.
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