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Escondío
entre las palmas del cerrao,
escuchando el clarín de amanecer,
un chiquillo toa la noche había esperao
a un torito que al arroyo iba a beber.
Nace el sol entre el enredo del vallao,
a la par que la ilusión del chavalillo,
que la vida por entero se ha jugao
con un sucio y alegre capotillo.
El
toro miraba al niño,
que en el suelo
esperaba la cornada.
Y el niño, rogando al cielo,
vio que el toro
lo dejó sin hacer nada.
Mi vida te debo, toro bravo,
y te juro que no lo olvidaré.
Y el toro se alejó
de aquel arroyo
donde todas las mañanas
iba a beber.
Ya
es famoso el torerillo de la palma,
y una tarde, cuando más brillaba el sol,
en el ruedo y mirándole a los ojos,
con el toro del arroyo se encontró.
Muere el sol en el tendído alborotao,
en las palmas y en los gritos del gentío,
cuando el toro, con nobleza, se ha enfrentao
embistiendo al torero de tronío.
El
niño miraba al toro
por el filo de su espada
de cuchillo.
Y el toro, mirando al cielo,
vio su muerte en las manos
del chiquillo.
Mi vida te debo, toro bravo,
y no olvido que yo te lo juré.
Y el toro, perdonao,
volvió al arroyo
donde todas las mañanas
iba a beber. |
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